viernes, 5 de agosto de 2011

barcelona-paris-barcelona (nota escrita en los primeros días de agosto)

Este viaje ha sido una purga. Como lo he dicho varias veces. Más que vacaciones o lo que fuera se trataba de venir y destapar la gran olla de los recuerdos. Pasar otra vez por los escenarios donde pensé que todo seguía dibujada; tocaba mirarse otra vez en ese espejo a ver si me veía.
En Paris llovió mucho. Los llevé bien los días que acompañé a mi amiga con su bebé. Tomamos onces laargas y nos bañamos tarde. Nos acordamos de cuando nos conocimos y todas las penurias en el cuartico de diez metros cuadrado, avenue klebber. Los siete pisos y el baño sur palier; mi receta de lentejas y mis fines de semana en invierno encerrada tomando ajiaco.
Los ratos que salí al inicio de esa semana fueron raros. Lentamente salí del jetlag y el francés me volvió a la lengua y a la cabeza como si nunca se hubiera ido. Las estaciones de metro y el olor a orines; el exhosto de los carros en la calle que también tiene un olor especial. Sube y baja de escaleras, y gente afanada con cara de poker. Cielo gris.

Pronto me acordé del cansancio, de la incertidumbre, de la soledad de Paris. Los lugares que empecé a visitar en mi mente y en la vida real ya no tenían la misma imagen. Esta vez era un escenario inerte. Simplemente un lugar de París que ya conozco y que me sé de memoria. Pero la emoción del recuerdo se me fue esfumando, no sé porqué. Fue clarísimo. Nos estábamos divorciando. De pronto fue el clima. Seguro.

En Barcelona pasé una semana. Fue mucho más de lo que me imaginé. Diversión, risa, compañía, español. Lo que siempre fue mientras viví en Paris. El lugar donde estaba calientico, más fácil todo, más cerca. Donde la gente está pendiente de mí, me quiere ver, me espera y me consciente. Y sol, y calor, y verano y un poco de mar. Terapéutico. El descanso de la purga parisina, esa matanza de ideales y de romances; la vista de una maqueta encantadora donde se entierran mis buenos tiempos, pero donde ya no los encuentro.

Ayer debía volver a parís para pasar mis últimos cuatro días y hacer allá lo que falta: musée du moyenne age, grande epicerie de paris, shakespeare and co.; ese sitio sí no se va a desencantar nunca nunca. necesito ir a comprar un libro de raymond carver para que me lo empaquen en regalo. Ayer amanecí descolocada, ansiosa; ni una nube en barcelona; calor y gente en la calle; delicias de comer; la ciudad viva. No quería irme. Pensé mil veces cambiar el pasaje y con jose incluso averiguamos. muy caro. Finalmente me monté al avión con la esperanza de encontrar el sol en parís, o por lo menos la no-lluvia que me anunció thomas días atrás. Pero me fui con ganas de quedarme en el verdadero verano de barcelona porque entre otras cosas a eso había venido. A la playa y a calor. No solo a cazar fantasmas en las calles parisina, sino al descanso y al olvido fácil.

A punto de aterrizar en París el capitán anuncia que el avión puede que se mueva más de lo normal. Hace un tiempo terrible. Llueve. Temperatura máxima de 20 grados y mínima de 16. Temperatura actual de 19. Recordando el término de la "sensación térmica" de natalia y tomás en barcelona, de la que nos reíamos todos los días, mi sensación térmica en ese momento era de 0 grados centígrados. Helada. Hueco en el estómago. Soportar cuatro días de lluvia perdiéndome el sol de barcelona. Thom se va el sábado de vacaciones y el domingo va a ser fuerte. Y porqué me tengo que aguantar yo esta putada? De París o de la vida o del que sea. Este humor negro no me gusta y me tiene harta. Tuve un terrible impulso, rabioso y rebelde y pregunté a la abuelita que iba al lado mío con la nieta, barcelonesas las dos, que estaban casi más decepcionadas que yo con el clima: señora, sabe qué tiempo habrá mañana en barcelona? y me dijo: en parís? llueve todo el fin de semana. Le respondí: no, en barcelona. La señora dice: a no, en barcelona hará bueno. Y yo pensé: pues yo aquí no me quedo.

Me bajé del avión con las manos temblando y afán absoluto de encontrar mi maleta para inmediatamente volver a barcelona. Era una reivindicación. Un acto de amor por mí, así como los que hago por todo el mundo. Una medicina, una curación. En la pantalla dos vuelos, uno a las 6:30pm y otro a las 9:30 pm. Eran las 5:00pm. Mi maleta salió de tercera. Salí corriendo agradeciendo las rueditas que la hacen moverse en todas las direcciones y encontré pronto el ascensor para subir al lugar donde todo el mundo se va, y abandonar ese piso a donde todo el mundo llega. Counter de vueling: mademoiselle, il faut absoluement que je retourne a barcelone tout de suite. Nuevo pasaje. Nuevo chequeo. Llamada a jose que se había quedado con el corazón roto, rotísimo: jose, no sabes lo que hice. vuelvo a barcelona, en parís está lloviendo. voy para tu casa con cinco euros en el bolsillo.

No me pregunten cuánto me costó el video pero me sanó el corazón. Hizo que este viaje valiera la pena. De vuelta en Barcelona la vida volvió a ser y no volveré a parís sino hasta el domingo. el lunes voy para bogotá. París ya no me hace lo mismo. Sin duda me estoy volviendo inmune a sus encantos. así como a uno le pasa con los exnovios. los quiere, los quiere y los quiere hasta el día que ya no los quiere más, y pasan al cajoncito de ¨personas especiales¨, sin más.

Con todo esto mi destino se destapona un poco. se resuelve.



2 comentarios:

COPO dijo...

Esta historia es buenísima. ¡Eres una heroína de los sueños! Y entiendo, lo entiendo todo, creo, pero la que cambió fuiste tú y no París. Acuérdate que París nunca muere, así que tarde o temprano volverá, como un fantasma, en otra forma y por otra razón, pero ahí sigue...

natalia dijo...

Angelique, como dicen los españoles, flipé con esta entrada. Me imaginé de todo menos esto, pero es claro que tomaste la decisión indicada. Me encanta haber sido parte de tu verano barcelonés. Petonets!